Parar

Voy a aprovechar para…

¿Cuántos pequeños momentos aprovechamos para …? 

Probablemente tengamos espacios libres en nuestra jornada diaria. Seguro que los tenemos, aunque quizá el problema sea que no los vemos porque hemos entrenado a nuestra mente para que no pare, para que aproveche cada momento.

Estoy esperando el autobús y ¿qué hago? Aprovecho para mirar el teléfono, contestar mensajes, organizar mentalmente una conversación pendiente o la lista de la compra…   Ya en el autobús aprovecho para leer, para estudiar, para enterarme de las últimas noticias… De camino al trabajo, andando rápido porque siempre voy tarde, aprovecho para hacer esa llamada que tenía pendiente… En el trabajo aprovecho ese minuto que tengo libre, después de haber tragado el desayuno rápidamente mientras contestaba nuevos mensajes o mirando redes sociales, para hacer una compra por internet. De vuelta a casa, entre el trayecto andando, la parada de autobús, el recorrido en autobús… aprovecho entre otras cosas para llamar a mi madre, comprar un par de cosas que realmente no necesito, buscar posibles destinos vacacionales, volver una y otra vez a ese problema que no se me va de la mente, llamar al dentista para pedir cita… Ya en casa, mientras van llegado el resto de moradores del hogar familiar, aprovecho para poner una lavadora, calentar la comida, hacer la cama, conectar el ordenador, poner la televisión, poner la radio, abrir Facebook en el teléfono, gritar al niño sin decirle hola cariño nada más abrir la puerta que ponga la mesa, volver a repetir mentalmente esa conversación que tengo pendiente con alguien …   Mientras devoramos la comida como hambrientos leones que ignoran cuándo volverán a darse un festín, y por supuesto mientras atendemos más al televisor que al sublime acto de yantar, aprovechamos para echarnos un par de cosas feas en cara los unos a los otros: por qué no te has quitado los zapatos todavía… ayer me dijiste que… se te ha olvidado tal cosa… a ver cuando me devuelves… si le hubieras mirado el aceite al coche cuando te lo dije… desde mañana no sales de casa sin haber hecho la cama… necesito que… etc.

Y así durante toda la jornada, queriendo arañar segundos al día, como queriendo exprimir el tiempo. Como queriendo ganar segundos. Y con los segundos, minutos. Y con los minutos, horas. Y con las horas, días. Como queriendo robar tiempo a la vida. ¡¿A qué vida?!

Y llega la noche y mientras me lavo los dientes aprovecho para preparar la ropa para el día siguiente y me meto en la cama y aprovecho para leer, o ver la tele, o escuchar la radio, relacionarme virtualmente, y doy vueltas a ese problemilla que no se va de la cabeza mientras soporto la insoportable sensación de que otra vez no puedo dormir…

¿Cuántas de estas cosillas que hacemos “aprovechando” un ratito libre son realmente necesarias de llevar a cabo en esos preciosos momentos? ¿Seguro que no podían esperar? No sólo podían haber esperado, sino que de haber tenido su momento (cada cosa en su momento) habrían tenido un mejor desarrollo, fin, solución…  

Quizá, en contra de lo que hemos aprendido, no sea tan malo aprovechar para hacer NADA. Y esto es algo que aprendemos cuando nos ponemos a meditar porque en la quietud y en el silencio eso es lo que hay que hacer: NADA. Más aún, es que no se puede hacer otra cosa. Bueno sí, lo único que se puede hacer es seguir dándole vueltas al coco. Pero entonces, cuando desde el silencio y la quietud ves a tu coco dando vueltas sin parar, te dices: esto es absurdo; porque dentro de la inmovilidad el zarandeo mental se muestra ridículo, inútil, estéril. Y cuando asumes esta realidad: estoy haciendo NADA, descubres que no pasa nada, que todo está bien, que ya llegará el momento de ocuparse, pero que pre-ocuparse es absurdo porque estoy en el presente, y en este momento, en este instante no hay nada más. Cualquier esfuerzo por escapar de esa realidad (el instante) es inútil, es un engaño de la mente. No se trata de estar en el presente, aquí y ahora, sino de comprender que se está, irremediablemente (porque no hay otra opción), en el instante presente, aquí y ahora.

¿Y si aprovecháramos esos momentos para PARAR?

Parar: abrir los sentidos; mirar de otra forma, escuchar con otra intención, tocar más despacio, andar más lento, saborear, sentir el aire, el frío, el calor, ver lo que siempre está y nunca vemos. 

Comentarios

Entradas populares de este blog

Escucha

Mi silencio no es tu silencio

MEDITACIÓN Y FILOSOFÍA